viernes, 26 de diciembre de 2014

Mirada introspectiva.

Día 26 del último mes del año.
He salido a la calle a respirar un poco de rayos de sol,
a imantarme.
Y he llegado a la conclusión de que quiero dedicar mi vida a ser poeta,
para embellecer mi historia y luego contarla.
Para dejar de tenerle miedo a las alturas,
a los precipicios.
al vacío y el silencio.
Para no odiar más los lunes
y olvidar que ese día fue domingo.
Tengo ganas de cantidad y de mundo,
de otra perspectiva,
de otro viento,
aunque a veces el mundo y las nubes no sean más que un bosque pasajero,
y yo sus raíces.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Conclusión en rojo

Esperar me desespera, y más si tengo prisa y justo se te pone un semáforo en rojo. Mientras esperaba a que toda la avalancha de coches pasara delante de mí, a pesar del ruido del tráfico y mirando de reojo el semáforo para cruzar en cuanto se pusiera en verde, al otro lado de la acera me he fijado sin querer en una pareja de ancianos que esperaban cogidos de la mano.
Es curioso cómo idealizamos algo que nos ata, algo que sin quererlo de un día para otro nos hace dependientes de alguien, sí, el amor.
Fuera de todas las cosas buenas que tiene el sentirse enamorado, no vemos más allá. El amor te debilita, te convierte en un ser vulnerable y maleable a las manos del otro, ese otro que te moldea según sus gustos, adaptando sus defectos a los tuyos y perfilando cada vértice de tu ser.
Y es aún más curioso como sentimos la incansable necesidad de encontrar a alguien que te haga con sus manos, que te moldee a su gusto dejando un hueco libre y vacío que pueda rellenar con su presencia. Porque el amor te hace dependiente, crea en ti una inestabilidad cósmica de la que solo no puedes salir porque sientes que no llegas, y te hundes en un foso donde a medida que se acerca la oscuridad, te haces más inseguro. Y es que algo peor que perderte en tu propio precipicio es caer en el abismo de alguien más.
Y a veces pasa que de tanto intentarlo llegas a entender el amor cuando ya estás muy dañado para sentirlo, y lo dibujas con la silueta de un corazón sin bordes. Porque el amor no tiene límites, tus sentimientos se convierten en un museo dentro de una isla donde dejas que esa persona nade. Naufraga hasta que ese mar se le queda pequeño y quiere surcar un océano, entonces ese insomnio placentero se transforma de manera maquiavelica en noches donde la ansiedad cae de plomo sobre tu almohada. Y te vuelves frágil.
Fallas y empiezas a recolectar trozos de todos esos egos que robaron una porción de ti y en pedazos amontonas las partes de esa persona que quieres que te vea envejecer año tras año hasta llegar cogidos de la mano a esperar en el otro extremo de un paso de peatones a que el semáforo deje de estar en rojo para cruzar. Cruzar la carretera de su vida que han recorrido juntos en una Vespa del 89 y sentir que caminas feliz como cuando encuentras a tu primer amor.
Ese primer amor que además de romperte el corazón, te rompe otras cosas.
Pero no me hagáis mucho caso, sólo son conclusiones que saco mientras espero debajo de un semáforo en rojo.



miércoles, 10 de diciembre de 2014

Diciembre

Este mes me llena tanto de nostalgia que me asusta. Es raro porque quizás venga por ver cómo el tiempo corre delante de ti y no haces nada por impedirlo, o peor aún, no haces nada por aprovecharlo.
Al llegar diciembre me prometo tantas cosas, tantas que ellas mismas se caen por su propio peso. La mayoría surgen de mis ganas de huir de los errores cometidos a lo largo de los años del año. Se trata de tachar todo aquello que pueda volver a dolerme, y siempre acabo prometiéndome que es la última vez.
Es el momento de engañarme convenciéndome de que es la última vez que le escribo, es la última vez que me emborracho, es la última vez que tomo tanto café, es la última vez que me engaño...
Siempre es la última vez.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Pesadilla 1#

Siempre miro por la ventana del autobús intentando perderme por la carretera, acortando el trayecto a mi manera y trasladándome al punto en el que se funden el cielo y el mar.
Pero hoy no es martes y tampoco es abril, hoy es un día cualquiera y yo me pregunto por qué no estás, o más bien debería preguntarme por qué no has vuelto. Todo el mundo me pregunta por ti y yo ya no sé qué contestar porque tampoco sé por qué te fuiste. Y solo recuerdo aquel día como aquel en el que quería haberme hundido en la arena, lo recuerdo por tu cara que se parecía a esos cuadros que no entiendo, quizás por el enfado que me llevé cuando llegué a casa, quizás por el dolor que sentí luego.
Pero hoy estoy a dos metros del delirio porque por más que busco no encuentro una razón por la que sacarte de mi cabeza, por dejar atrás el capricho de recordarte.
Es ese momento de angustia cuando tus ansias de beberte el mar no te dejan tragar más agua y el huracán de anoche antes de la hora de dormir consiguió llevarse todos tus recuerdos,
solo te deja el dolor y el vacío indagado en el pecho,
y la cruda realidad de que al despertar de la pesadilla no hay alivio.

miércoles, 22 de octubre de 2014

#1 Final de agosto

Y espero que no llores cuando se apague el sol,
cuando los días largos de verano acaben,
cuando a las ocho de la tarde contemples la luna
y pienses que tienes ganas de encerrarte en el invierno.
Cuando abras los ojos y te despiertes al final de septiembre,
con la rutina retomada,
la alarma ajustada
y los zapatos preparados.
Cuando no te olvides de volver a cerrarlos justo después del
momento en el que el sol se funde con el mar,
aunque estés lejos del mar,
aunque el mismo mar te haya consumido,
burbujeando por la asfixia de los días paseando
con música de fondo y sin final.
Ahora sólo piensas en ponerte las gafas de sol
para esconderte de los extraños,
para aguardarte de lo ajeno,
para creerte otra persona
y después,

ser tú.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Entre la solitude et l'oubli.

A pesar de los años, recuerdo que yo llevaba puesto un jersey de color gris.
A él casi ni lo recuerdo, no al menos en ese momento.
Estaba sentado a mi lado, pero no llegué a mirarlo.
No nos dijimos nada y tampoco había mucho que decir, pues ya no te llenaba y yo tampoco quería llenarte.
Sin embargo recuerdo que la peor soledad de todas fue la de aquella tarde,
el momento en el que te acompaña alguien que en realidad no quiere hacerlo.
Entonces en sueños vuelvo al mismo lugar,
a esa misma tarde, a la misma calle.
Aunque en mis sueños sea de noche y en un bar,
aunque en mis sueños ya no seas tú,
aunque no se te parezca.
Yo ya no te imagino en noviembre y tú tampoco querrías estar ahí para entonces.
A veces aparece esa soledad que es la peor de todas,
pero ahora sabes que es al revés, pues no me llena y tampoco quiere llenarme.
Tú siempre vas a ser tú y yo siempre voy a ser de la misma manera,
por eso no va a funcionar.
Ahora estoy sentada en la cafetería y no te estoy esperando,
ahora que es primavera,
que con los años te he sacado de mis abrigos,
del color gris,
ahora que espero a quien me hace florecer sin necesidad de una evasión previa.
El principio sólo está al principio y,
después que pasa,

ya es pasado.

domingo, 31 de agosto de 2014

Agosto es el mes del deshielo.

De tanto malvivir, de tanto malquerer, me he dado cuenta de que en lugar de huesos tengo espinas,
y que en algún lugar de este cuerpo se encuentra un corazón empolvado.
Hablar sin parar y pestañear en los momentos donde no había nada que decir, porque de tanto aguantar el peso del misterio me he partido,
y ahora lo que quedan son grietas y pedazos sueltos.
Y de tanto buscarme me he perdido,
entre la arena y la sal de agosto,
y busco refugio en septiembre,
aunque a ratos pienso que aún tengo cosas que decir,
que van a quedarse sin decir.



"Cuando acabó aquel letargo sin fin, me quedé en agosto a vivir"

domingo, 29 de junio de 2014

De acuerdo a la física cuántica el hubiera sí existe.

Yo la tristeza la uso para saber que mi memoria sigue viva,
porque no hay tristeza que sirva para olvidar.
Hay algo que aún ignoro,
que los recuerdos no se van con los gritos.
Hoy sentí una tristeza de esas que dan ganas de abrazar.
La miré y pude comprenderla, porque escribir no sólo es volar,
también es caer.

jueves, 15 de mayo de 2014

Diálogo en vertical.

    - ¿Y cómo era ella?
    - Ella era... En realidad después de tantos años no sabría cómo definirla aún, o ni tan siquiera describirla.
    - Entonces, ¿cómo la recuerdas?
    - La recuerdo tal cual, con su pelo largo y demasiado planchado tras el que se escondía y dejaba enredar sus dedos. Ella era terciopelo, parecía tímida pero resultaba ser bien descarada, y eso me gustaba.
    A veces conseguía desconcertarme por completo, no te niego que era una mujer muy irritante, en ocasiones estresante, pero iba dentro de su forma de ser. Era la razón perfecta para volverse loco.
    De su tacto colgaban precipicios a medida que te encontrabas con cada uno de sus vértices, pero eran precipicios a los que cualquiera hubiera dado la vida para arrojarse sobre ellos, al menos yo. Y de tantas veces que me tiré con los ojos cerrados vi que siempre hay un lugar más abajo donde caer. Ese lugar es este hablar de dolor, que ahora es lo que menos duele, porque todo lo demás se ha hecho insoportable...
    Tenía la piel blanca y la mirada inocente. Aún guardo un poco de esa inocencia en algún  rincón de mi alma y quizás por eso la sigo considerando una niña. Pero ella era un gigante con apariencia de hormiga.
    - Hablas de ella como si estuviera más lejos de la distancia que suponen los kilómetros.
    - Y así es...
    Huir es la mejor forma de hacerse el sordo cuando algo no tiene remedio. No niego que podríamos haber encontrado una solución, pero a nosotros simplemente nos tocó ser, ser sintiendo desde dentro.
    Sabes... hay canciones que llevan a paraísos perdidos y cada vez que escucho alguna de tantas que fueron nuestras me acuerdo de ella. Se avalanchan millones de recuerdos en apenas una décima de segundo a mi cabeza y me abro en canal dejando ver lo que realmente soy, o lo que solía ser. Entonces la extraño tanto como si nunca la hubiera conocido aunque por suerte no sea así.
    La distancia no tiene un significado estático, para mí se hace verso en la carretera o en las vías del tren que me trajeron a este lugar mientras iba vaciando mi corazón de suspiros y llenando de nubes mi alma para no ver su cara y olvidarme de esos ojos vacíos. Pero supongo que la melancolía es una sustancia que se alimenta de sí misma y poco o nada se puede hacer en su contra, nada que no sea dejar que el tiempo me acabe cegando, pero el tiempo se ha convertido en un lento y terrible caer.
    Cuando es de noche siempre tengo esa sensación de que por mucho que respire no consigo llenar de aire el vacío que llevo dentro, es cuando más reflexiono y llego a tantas conclusiones, a veces demasiadas...
    Entre ellas, llegué a la teoría de que de amor sólo se muere cuando se pasa demasiado tiempo pensando en cuánto duele. De que arrepentirse en presencia de la soledad es de cobardes y que en esas noches en las que ella prefería llorar no era por probar el sabor de sus lágrimas, ese suave sabor a sal.
    - Imagina que la ves algún día otra vez.
    - Eso es imposible Paul, ella... ella está más lejos que la distancia misma. Además, la imaginación es ingrávida, se llega más lejos con la cabeza en las nubes que con los pies en la tierra.
    - Pero aunque sea imposible seguro que tendrías muchas cosas que decirle.
    - Las hay.
    Aunque si te soy sincero me costaría ordenar en mi cabeza tantas palabras. Han pasado muchos años y ahora es todo distinto.
    De lo que sí estoy seguro es que le daría las gracias por todo. Sobre todo por haberme hecho conocerme a mí mismo. Por enseñarme a escuchar en acústico los sentimientos, brotando de acordes, de caricias sin tacto, de saber que lo mejor de una canción es cuando llega la parte en la que te acuerdas de alguien y cierras los ojos para cantarla. Por nosotros.
    Nosotros fuimos dos personas que encontraron la felicidad por su manera de vivir despacio, por saber leerse entre líneas, incluso cuando entendíamos la frase que se salía del renglón.
    Aunque haya intentado mezclar el odio y el amor como si fueran café y azúcar, lo sigo derramando cada vez que pongo en marcha un olvido aberrante, un abandono efervescente de mí mismo y el deseo de huir. Eso es a lo que hemos llegado.
    De ella solo me quedaron los recuerdos de un amor pasado que guardo y saco a pasear cuando hace frío, canciones en las que solía contar los minutos en momentos y una fecha caducada.
    Pero sin más, sé que al leernos nos seguimos buscando el uno al otro y me basta con saber que simplemente fuimos lo que nos tocó ser y sentirnos distanciados es la razón para no querer ser diferentes, sino nosotros mismos.

                                                                                        (Capítulo aislado de Delapso en Lisboa)

sábado, 5 de abril de 2014

Sin sentido y de corazón escribo. Aunque ni yo me entienda.

Estoy acostumbrada a verme morir por dentro, a verme la cara sin motivos, a sentir la lengua de piedra. Escribía cartas desde el círculo polar y recibía notas desde los infiernos.
Entre tanto y poco mataba las ganas de acabar la maleta para marcharme y dejar mis letras con poesía allá donde alguien las entienda, o me entienda.
Pero no me hundo, porque de un tiempo a esta parte comprendí que lo mejor aun queda por delante. En realidad no tengo a quien odiar, quizás es esa sensación de echar de menos cuando algo está de más. Cuando todo lo está, además de mí.
Me baso en viejas canciones, en historias antiguas que inventé o ya estaban empezadas y me limité a continuar. Escribo ciega y sin argumentos, con el corazón sordo porque chillé tan fuerte que lo dejé exhausto, sin fuerzas ni para tan siquiera recomponerse. Dicen que el grito siempre vuelve y yo lo siento en mi cabeza como un zumbido que se repite en mi mente de forma intermitente. Ha llegado al punto de marcar mis latidos y recordarme que sobrevivo de la mano de viejas historias incompletas, que no acabé por miedo a terminar y no tener otro punto de inspiración cuando cojo el lápiz. El mismo lápiz que adorna las paredes de mi habitación y me arropa del frío, el que me pega contra la puerta para convencerme a mí misma de ser valiente.
Me he peleado tantas veces con el tiempo, apaciguando mi ansiedad para intentar encerrarlo todo en un solo momento. Ahora cambio este puñado de segundos para poder perderme entre los ojos de la gente como lo hago entre letra y letra. Por esconderme en mi risa y evitar las lágrimas que parecen lluvia.
Ahora me acaricio yo por dentro.




jueves, 20 de marzo de 2014

Florecer.

Perdóname soledad, pero necesitaba un recuerdo que me hiciera compañía. Lo he buscado en la distancia y lo hallé en mi tiempo, tiempo que mido en cicatrices.
El frío me abandona y no sé florecer.
Estoy aprendiendo, lo estoy intentando.
He dejado de seguir paso a paso mi camino hacia la autodestrucción, porque el miedo me asfixia cuando empiezo a acercarme a la marea que trae y se lleva mis delirios, en un tibio balanceo de idas y venidas, de noches en vela, de no saber, de no pensar.
Después de tanto tiempo y llegados a este punto, he llegado a la conclusión de que ni el más gélido frío pudo sacarme del descenso continuo y de tanta espiral de tristezas. Pero tristeza es envejecer sin sabiduría y sin haber dejado huellas en la arena. Son esos tropiezos, algunos nos hacen más humanos y otros en cambio nos insensibilizan.
Pero mira qué irónicas las cosas, soledad, mientras huías te he ido cosiendo a mi clavícula. Sin maquillar esas cicatrices de todas las heridas y golpes que recibí y acabé siendo polvo.
Polvo hecho flor, respiro profundo y tomo aire. Parpadeo y por más que miro a mi alrededor no hallo el miedo que tenía a la sobreexplosión. 
Despido los inviernos que siempre tatúo en mi piel, aguardan al próximo mientras la balanza de ropa se hace pluma y dejo que los rayos del sol me den luz, porque soy orilla de un abismo que no conoce su profundidad por haber quedado ciega.
Es este hablar de dolor lo que menos duele, porque todo lo demás se ha hecho insoportable. Y ahora me cubro de amuletos para que la marea no me ahogue y que no llegue a apretar mis vértices.
Y esta antítesis brutal me mantiene alerta.
Quizás haya sido el invierno más frío, quizás..

Quizás ya haya aprendido a florecer por mí misma.

sábado, 8 de febrero de 2014

En el cuarto traste de una guitarra.

He restablecido la luz en los rincones vacíos de mi inspiración.
Lo hacía mientras nos electrificábamos al investigarnos con los pies descalzos.
Mil y un sueños de ciencia ficción, mi voluntad disoluble apretada con una cejilla.
Sé que estoy hecha de algún polvo y sé que al polvo he de volver,
pero nunca tengo claro si era mágico, estelar o suciedad.

sábado, 1 de febrero de 2014

Febrero también merece ser escrito.

Febrero es el mes del polvo, de las ruinas y las cenizas.
Es el ruido que produce el silencio y te revienta los tímpanos y por mucho que grites no puedes escuchar nada. Es el eco que se difumina en el pasado tatuado en forma de recuerdos enviados por postal a esa casa en ruinas que es tu cabeza. El desequilibrio de lo estático, la adicción a la contradicción y otras ambigüedades profundas que dejan marca en la piel. Es la caída desde el cielo en un día nublado y el vértigo al mirar desde el filo del precipicio.
Febrero es ese suspiro. Es el suspiro por el que se pierde toda la fuerza, es fragilidad, sencillez y el comienzo para dejar de ser vulnerable al frío del desierto. Gélido, implacable y duro, la base de otro pilar que será puesto a prueba por el viento. El mismo viento que revolotea en tu pelo, lo enreda y crea un laberinto de nudos que se enreda entre tus dedos.
Es el ronroneo de aquel gato color gris atigrado que se duerme en mi balcón al atardecer.
Febrero es el mes del desastre, del derrumbe.
El polvo que queda después del incendio de aquel fuego que además de quemar el oxígeno, quema las palabras. 
Ese polvo que son las cenizas de las ruinas del desastre, de las que renacemos cada año.