sábado, 8 de febrero de 2014

En el cuarto traste de una guitarra.

He restablecido la luz en los rincones vacíos de mi inspiración.
Lo hacía mientras nos electrificábamos al investigarnos con los pies descalzos.
Mil y un sueños de ciencia ficción, mi voluntad disoluble apretada con una cejilla.
Sé que estoy hecha de algún polvo y sé que al polvo he de volver,
pero nunca tengo claro si era mágico, estelar o suciedad.

sábado, 1 de febrero de 2014

Febrero también merece ser escrito.

Febrero es el mes del polvo, de las ruinas y las cenizas.
Es el ruido que produce el silencio y te revienta los tímpanos y por mucho que grites no puedes escuchar nada. Es el eco que se difumina en el pasado tatuado en forma de recuerdos enviados por postal a esa casa en ruinas que es tu cabeza. El desequilibrio de lo estático, la adicción a la contradicción y otras ambigüedades profundas que dejan marca en la piel. Es la caída desde el cielo en un día nublado y el vértigo al mirar desde el filo del precipicio.
Febrero es ese suspiro. Es el suspiro por el que se pierde toda la fuerza, es fragilidad, sencillez y el comienzo para dejar de ser vulnerable al frío del desierto. Gélido, implacable y duro, la base de otro pilar que será puesto a prueba por el viento. El mismo viento que revolotea en tu pelo, lo enreda y crea un laberinto de nudos que se enreda entre tus dedos.
Es el ronroneo de aquel gato color gris atigrado que se duerme en mi balcón al atardecer.
Febrero es el mes del desastre, del derrumbe.
El polvo que queda después del incendio de aquel fuego que además de quemar el oxígeno, quema las palabras. 
Ese polvo que son las cenizas de las ruinas del desastre, de las que renacemos cada año.