martes, 1 de agosto de 2017

Melancolía de verano

Cayó el verano,
ese estado transitorio de melancolía
que invade los cuerpos que todavía
no se han acostumbrado a soportar la tempestad.

Las flores secas, muertas,
el viento acalorado,
las orillas colmadas de risas festivas
que desaparecen como las huellas de los pies
cuando las cubre el mar.

A veces el día regala ráfagas de sol
y destellos de vida
entre el aire congestionado de sal
y los niños que esperan ansiosos
la hora de la sesión en el cine de verano.

Ellos no conocen su tempestad,
aquella que cuerpos como el mío no resisten
porque viven mejor en las mañanas de invierno,
tan glaciares.

Pero siempre llega la lluvia de mitad de agosto
y con ella la verdad más clara:
que el estío anuncia su fin,
que nos volvemos materia escuálida y más deshumanizada,
que las voces resuenan en el mar pero el otoño nos pisa los pies
porque el tiempo pasa demasiado rápido
y nos abruma cambiar de luna por otra que se vista de rutina.