jueves, 15 de mayo de 2014

Diálogo en vertical.

    - ¿Y cómo era ella?
    - Ella era... En realidad después de tantos años no sabría cómo definirla aún, o ni tan siquiera describirla.
    - Entonces, ¿cómo la recuerdas?
    - La recuerdo tal cual, con su pelo largo y demasiado planchado tras el que se escondía y dejaba enredar sus dedos. Ella era terciopelo, parecía tímida pero resultaba ser bien descarada, y eso me gustaba.
    A veces conseguía desconcertarme por completo, no te niego que era una mujer muy irritante, en ocasiones estresante, pero iba dentro de su forma de ser. Era la razón perfecta para volverse loco.
    De su tacto colgaban precipicios a medida que te encontrabas con cada uno de sus vértices, pero eran precipicios a los que cualquiera hubiera dado la vida para arrojarse sobre ellos, al menos yo. Y de tantas veces que me tiré con los ojos cerrados vi que siempre hay un lugar más abajo donde caer. Ese lugar es este hablar de dolor, que ahora es lo que menos duele, porque todo lo demás se ha hecho insoportable...
    Tenía la piel blanca y la mirada inocente. Aún guardo un poco de esa inocencia en algún  rincón de mi alma y quizás por eso la sigo considerando una niña. Pero ella era un gigante con apariencia de hormiga.
    - Hablas de ella como si estuviera más lejos de la distancia que suponen los kilómetros.
    - Y así es...
    Huir es la mejor forma de hacerse el sordo cuando algo no tiene remedio. No niego que podríamos haber encontrado una solución, pero a nosotros simplemente nos tocó ser, ser sintiendo desde dentro.
    Sabes... hay canciones que llevan a paraísos perdidos y cada vez que escucho alguna de tantas que fueron nuestras me acuerdo de ella. Se avalanchan millones de recuerdos en apenas una décima de segundo a mi cabeza y me abro en canal dejando ver lo que realmente soy, o lo que solía ser. Entonces la extraño tanto como si nunca la hubiera conocido aunque por suerte no sea así.
    La distancia no tiene un significado estático, para mí se hace verso en la carretera o en las vías del tren que me trajeron a este lugar mientras iba vaciando mi corazón de suspiros y llenando de nubes mi alma para no ver su cara y olvidarme de esos ojos vacíos. Pero supongo que la melancolía es una sustancia que se alimenta de sí misma y poco o nada se puede hacer en su contra, nada que no sea dejar que el tiempo me acabe cegando, pero el tiempo se ha convertido en un lento y terrible caer.
    Cuando es de noche siempre tengo esa sensación de que por mucho que respire no consigo llenar de aire el vacío que llevo dentro, es cuando más reflexiono y llego a tantas conclusiones, a veces demasiadas...
    Entre ellas, llegué a la teoría de que de amor sólo se muere cuando se pasa demasiado tiempo pensando en cuánto duele. De que arrepentirse en presencia de la soledad es de cobardes y que en esas noches en las que ella prefería llorar no era por probar el sabor de sus lágrimas, ese suave sabor a sal.
    - Imagina que la ves algún día otra vez.
    - Eso es imposible Paul, ella... ella está más lejos que la distancia misma. Además, la imaginación es ingrávida, se llega más lejos con la cabeza en las nubes que con los pies en la tierra.
    - Pero aunque sea imposible seguro que tendrías muchas cosas que decirle.
    - Las hay.
    Aunque si te soy sincero me costaría ordenar en mi cabeza tantas palabras. Han pasado muchos años y ahora es todo distinto.
    De lo que sí estoy seguro es que le daría las gracias por todo. Sobre todo por haberme hecho conocerme a mí mismo. Por enseñarme a escuchar en acústico los sentimientos, brotando de acordes, de caricias sin tacto, de saber que lo mejor de una canción es cuando llega la parte en la que te acuerdas de alguien y cierras los ojos para cantarla. Por nosotros.
    Nosotros fuimos dos personas que encontraron la felicidad por su manera de vivir despacio, por saber leerse entre líneas, incluso cuando entendíamos la frase que se salía del renglón.
    Aunque haya intentado mezclar el odio y el amor como si fueran café y azúcar, lo sigo derramando cada vez que pongo en marcha un olvido aberrante, un abandono efervescente de mí mismo y el deseo de huir. Eso es a lo que hemos llegado.
    De ella solo me quedaron los recuerdos de un amor pasado que guardo y saco a pasear cuando hace frío, canciones en las que solía contar los minutos en momentos y una fecha caducada.
    Pero sin más, sé que al leernos nos seguimos buscando el uno al otro y me basta con saber que simplemente fuimos lo que nos tocó ser y sentirnos distanciados es la razón para no querer ser diferentes, sino nosotros mismos.

                                                                                        (Capítulo aislado de Delapso en Lisboa)

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