Soy un alma dividida en dos: la derrota y la lucha, el pasado y el presente sin futuro, la nada y yo. Soy veinticuatro horas de noche eternas,
días que no cesan
porque no importa dónde estén situadas las manecillas del reloj,
los minutos no pasan.
Un estanque sin fondo
que mira el cielo despejado y anhela subir,
volar en otro rumbo aunque no encuentre dirección.
Ese cielo despejado que me ayuda
y me regala luz,
tonos de color
y fotos en blanco y negro.
Y es esa misma luz la que se cuela en mi objetivo,
y me hace plasmar la vida como yo la veo;
con músicos de calle,
poetas de bares
y vidas caminando entre las aceras de una ciudad nublada de viento.
Porque quizá en más de una ocasión
el arte ha llegado a salvarme la vida,
y me he dado cuenta trazando un recorrido,
donde los paseos entre callejuelas, plazas y avenidas,
y los cafés en locales de tres al cuarto,
me dicen dónde puedo estar,
de donde salir,
y dónde llegar.
A Antonio Salazar
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