Jamás
he abandonado todo más de lo necesario, siempre me he reservado la
desesperación y la angustia para casos urgentes. Pero en ocasiones
escucho una voz gruesa y vulgar en el interior de mi cabeza guardada
para los casos peligrosos de soledades prolongadas. Una realidad de
emergencia para los momentos dolorosos.
Es
un pequeño espectáculo íntimo. En ocasiones me miraba al espejo y
me decía: “Te han cambiado la vida, y tus verdaderos gustos salen
cuando estás a solas. A veces todavía sé quien eres, y me
gustabas”.
Es
extraño cómo llevaba mi infierno a cuestas y nunca olvidé limpiar
las almas por donde pasaba, incluso en este invierno se me ha visto
llorar feliz con mi tristeza.
Sin
dudarlo apenas creo haberme liberado de todo eso, y he reaccionado
por así decirlo, puesto que para conquistar el mundo uno tiene que
comenzar por conquistarse a sí mismo, y mi batalla la tengo ganada.
Puedo
decir muchas cosas sobre el destino, pero me he dado cuenta de que
realmente da igual, tanto lo que puedo decir como el destino. Por
eso, cuando eres insignificante lo entiendes todo cuando te
encuentras en medio de un silencio prolongado y aterrador.
He
decidido hacer de mí mi pasatiempo, y el objetivo no es envejecer,
sino marchitarme, porque sólo se marchita lo que una vez estuvo. Yo
he existido disfrazada de incógnita, llenando vacíos como forma de
evadir la culpa de mi soledad, pero estaba claro que mi cuerpo era
público y no es fácil esconderse.
Tengo
la sensación de que tendré que inventarme algún día, y sólo
espero no estar obligada a ser real.
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