sábado, 3 de marzo de 2018

Tomarse el pulso

Me gustan los días de lluvia
porque puedo encontrarme con mi soledad 
en el silencio de mi habitación.
Me resguardo del exterior
mientras escucho las gotas golpear el cristal de la ventana
al mismo ritmo que los latidos de mi pecho
me recuerdan que estoy viva,
que sigo aquí y no me he ido.


He necesitado tiempo para saber
que uno no tiene por qué esconderse cuando no ocurre nada malo
y que cuando suspiramos repetidamente
es porque echamos de menos
una mano amiga que estrechar en el camino
y te arrope en un abrazo que te queme el pecho.

Pero yo necesito continuar.

Desde hace mucho tiempo
sostengo con unas manos agrietadas
un corazón casi inerte que no sabe a dónde ir,
que ya no se encuentra.
Hace mucho que no me tomo el pulso
ni contengo la respiración
cuando los nervios agobian mi paso por los días,
porque las semanas pasan
y yo sigo en el mismo punto del trayecto que ayer.

Hoy, me paro a observar y escucho
a los coches pasar sobre la lluvia del asfalto
y pienso en no detenerme nunca más,
aunque se acabe el mundo.






















Foto de Carlos Riga

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