Puedo sentirme ausente de mí misma
y hablar desde la voz del viejo fantasma,
anotar los pasos que acierto
y mirarme frente al espejo
como si desafiase a la memoria
para intentar reconocerme
y ver que sigo siendo yo.
He tenido miedo de cambiar,
de no ser quien fui
ni parecerme.
Y ya no me parezco.
jueves, 30 de agosto de 2018
jueves, 19 de julio de 2018
Vivir en el desierto
En
esta ciudad en la que se respira viento y arena,
donde
una luz de cristal ciega desde el cielo
y
la saliva sabe a sal de mar,
yo
me consumo.
A
veces,
parece
que desde la orilla el dolor nos es ajeno
y
el corazón mojado disimula el llanto
de
las historias que se cuentan con la lengua seca del desierto,
pero
ni las aguas azules
ni
las pitas emborronadas en el horizonte ardiente
han
adoptado la forma de un espejismo
con
el que encontrar un poco de vida en este sitio.
Vivir
en el desierto es quedarse dormido
y
despertar con el golpe de las olas
sin
unas manos cerca que nos saquen a flote,
es
retener la memoria en las playas
cuando
las calles están repletas de almas despobladas
y
en cada esquina hay un náufrago que llega tarde
al
encuentro con su soledad.
En
aquellas mañanas,
de
esas de sábado,
cuando
las personas suelen cubrirse de felicidad,
en
un lado encuentro deseos acumulados y ansias de vida,
y
en otro,
palabras
y piedras que se hundieron cuando subió la marea,
con
este cuerpo, tan torpe y pequeño,
cansado
de nadar,
cansado
de entornar los ojos,
cansado
de tanto mar
y
de vivir en el desierto.
miércoles, 21 de marzo de 2018
La poesía es una taza sin bordes
Tengo
encima de la mesa un gran montón de libros
donde
intento buscar las palabras adecuadas
y
expresar lo que llevo dentro.
Voy
detrás de esas que calquen aquello que todos sentimos
pero
ninguno sabemos explicar.
Aquello
que se nos escapa de la lengua,
que
se desborda de las miradas,
lo
que se vive en una habitación donde no hay lugar para las palabras.
Buscarle
forma a las cosas que no crees que tienen forma,
inventarle
el sentido a los días monótonos,
decirle
al cielo su color exacto.
De
eso trata la poesía,
de
quitarnos las sensaciones y hacerlas letra,
de
plasmar en el papel lo que significa un abrazo,
una
lágrima o incluso un adiós.
Porque
aunque la poesía no pueda salvarnos la vida,
sí
que nos hace embellecerla,
contándote
lo que siento cuando el viento mueve tu pelo,
cuando
llega el invierno
o
cuando te veo dormir.
sábado, 3 de marzo de 2018
Tomarse el pulso
Me
gustan los días de lluvia
porque puedo encontrarme con mi soledad
en el silencio de mi habitación.
Me resguardo del exterior
mientras escucho las gotas golpear el cristal de la ventana
al mismo ritmo que los latidos de mi pecho
me recuerdan que estoy viva,
que sigo aquí y no me he ido.
porque puedo encontrarme con mi soledad
en el silencio de mi habitación.
Me resguardo del exterior
mientras escucho las gotas golpear el cristal de la ventana
al mismo ritmo que los latidos de mi pecho
me recuerdan que estoy viva,
que sigo aquí y no me he ido.
He
necesitado tiempo para saber
que
uno no tiene por qué esconderse cuando no ocurre nada malo
y
que cuando suspiramos repetidamente
es
porque echamos de menos
una
mano amiga que estrechar en el camino
y
te arrope en un abrazo que te queme el pecho.
Pero
yo necesito continuar.
Desde
hace mucho tiempo
sostengo
con unas manos agrietadas
un
corazón casi inerte que no sabe a dónde ir,
que
ya no se encuentra.
Hace
mucho que no me tomo el pulso
ni
contengo la respiración
cuando
los nervios agobian mi paso por los días,
porque
las semanas pasan
y
yo sigo en el mismo punto del trayecto que ayer.
Hoy,
me paro a observar y escucho
a
los coches pasar sobre la lluvia del asfalto
y
pienso en no detenerme nunca más,
aunque
se acabe el mundo.
Foto de Carlos Riga
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