Creo que te he hecho un regalo muy bonito, quizá no sea el mejor del mundo, pero te he escrito. Te he escrito como yo lo sentía; te he escrito como yo te recordaba; te he escrito como yo te pensaba; te he escrito como a veces te he soñado; te he escrito cuando te he llorado, cuando te he gemido y cuando te había olvidado; te he escrito como yo te veía. Te he escrito como yo te veía, y esa puede que sea una manera única, no porque nadie te vaya a ver como yo, sino porque nadie, absolutamente nadie, te va a ver como yo te quería. Y ahora solo te regalo mis letras, que en el fondo, siempre han sido tuyas.
Todo siempre es cosa de causalidad, hasta el día en el que apareciste. Desde entonces me he engañado a mí misma haciéndome pensar que estarías de paso, y quizá tu intención siga siendo esa; pero ahora para mí no. Puede que tu historia sea distinta a la mía, que tú no me pienses y yo ahora escriba sobre ti, como un día lo hice sobre él; pero tú y yo seguimos siendo las mismas personas. A lo mejor debería decirte que fue a partir de aquella noche, cuando nos vi acurrucados con miedo a que las manecillas del reloj se movieran; porque el tiempo a tu lado pasa a veces tan rápido y tan corto en algunos instantes. Y mientras volvíamos en tu coche la vida parecía un segundo, o eso decía una voz de fondo. El caso, es que al llegar a casa sentí que faltaba una parte de mí que tú te llevaste. Desde ahí, pocas veces he vuelto a recibir uno de tus abrazos, y en muchas ocasiones te he pedido que vuelvas, pero parece que nuestro reloj se ha parado. Ahora sueño despierta, con la sensación en el pecho de como cuando te caes y te raspas las rodillas, con la sensación de que escuece. Escuece porque has abierto una pequeña herida, quizá mínima, diminuta, ínfima; pero ahí está y ahí queda. Ahora quiero que vengas y me aprietes los vértices, porque echo de menos tu sur, y perder el norte. Pero aunque todo siempre es cosa de causalidad, hasta el día en el que apareciste; yo ni por casualidad encuentro la causa de por qué no sigues volviendo.
En el fondo nos parecíamos porque a ti y a mí nos hicieron con los escombros del mismo derrumbe y los restos del mismo incendio. Y era bonito tener a alguien que no te pedía felicidad porque al mirar tu melancolía, la veía como una virtud y no como un defecto. Y después, dar alas como símbolo de libertad para ver si quien se va es porque no es feliz a tu lado. Creía que en eso consistía amar a alguien. Lo mismo no acabó en amor, pero fue un desastre precioso.