Ya
había asumido el riesgo antes de ser consciente de lo que estaba
haciendo. Seguí adelante sin saber muy bien cómo acabaría esto. Me
dejaba guiar por las ganas y el deseo, gateaba a ciegas y tanteaba
por un terreno que no conocía hasta llegar a tu cama. Tú con esa
atracción transcendental me intimidabas, me dominabas y hacías
daño. Tú el indeseado, y yo, te odiaba.
Me
hiciste perder mis principios, alejarme de lo normal en mi mundo
relativo, me fui infiel a mí misma, me engañé y tú me sedujiste.
No te elegí como pasatiempo, sino como compañero de pasiones. Tu
voz escondía las ruinas de un amor pasajero y la mía el secreto de
una pasión desatada en una habitación oscura y vacía. Voces que
atrapan excesos, locuras y alguna que otra memoria, la nuestra
guardaba un gemido y una necesidad por falta de aire. Aquella que
cubriste y ahora me miras como si nada de esto hubiera ocurrido, como
si ya no existiera. No existo yo, no existe esa habitación vacía ni
ese jueves de invierno sentados tanteando quién daba el primer beso.
Ahora sólo queda la agonía de ese recuerdo, el cual intento ahogar
cada vez que te miro. Pero tristemente, hay cosas que ni la razón ni
la conciencia niegan y aunque los recuerdos se nublen, la memoria
abusa de sí misma y nos hace recordar.
Fue
una cosa fugaz y mínima, pero me hizo ilusión.
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