Hoy
no sé por qué he vuelto a pensarte, hoy 14 de febrero que hace dos
años que no te vuelvo a ver, y hoy precisamente has decidido
aparecer de nuevo. Nunca
creí que volvería a verte, pensé que acabarías siendo un recuerdo
vago en un rincón de mi memoria acurrucado donde no pudiera oírte ni verte.
Todo
pasó hace tanto tiempo, decidiste dejarme aquí con miles de
excusas, diciendo que te había inundado la monotomía y no
encontrabas nada más que poder darme, ya no sentías tu cama vacía
cuando yo no estaba en ella. Entonces venías, te ibas y volvías
hasta que una vez te fuiste de forma permanente, y yo seguía
queriéndote igual.
Ahí
estaba yo, pegada el cristal de la cafetería de siempre cuando
pasaste frente a mí y decidiste entrar. Sí, eras tú, mirándome a
los ojos sin romper ese silencio tan incómodo que se traduce por tu
ausencia en todo este tiempo. Aunque no te preocupes, vengo aquí
cada día, el café es sólo para evitar la nostalgia que no
desampara a ninguna tranquilidad y mucho menos a la mía teniéndote
tan cerca.
Ese
era el hombre que hizo despertar cada uno de mis sentidos, el que
llenaba los vacíos de mis sábanas en mis noches solitarias de los
fríos inviernos y me despertaba con el desayuno en la cama, aquel al
que le dije todas las palabras que muchos quisieron escuchar.
Acostumbré
mi cuerpo a sus manos, para vestirme de ellas cuando andaba cerca, y
me sentí helada cuando mi piel no encontraba el tacto de la suya por
ninguna parte, y llegaba a ahogarme la desesperación de esta
ruptura.
Creí
que estaba convencida de haberte dejado de querer, de haberte
olvidado y no echaba en falta tu presencia, pero mirándote hoy he
aprendido que un amor como el que este fue nunca se olvida, además,
aún continúo mirando las puertas cuando escucho el sonido de alguna
voz, creyendo que fuera la tuya. Me agredía como acto desesperado de
mi cordura.
Eres
tú el que hoy confiesa que me llevabas en nuestras solitarias
conversaciones, en el consecutivo de nuestros silencios intermitentes
y en el vacío de los acentos de mi nombre.
Hoy,
catorce de febrero, prendida de tus ojos, hemos revivido lo que un
día fue una historia de amor, desteñida por el paso del tiempo y
escondida bajo las hojas de los últimos otoños.
Todo
lo que fuimos, lo que somos y seremos se queda en el silencio entre
las líneas más dulces, porque así hoy lo hemos querido.