Hoy
mi mundo es un escudo humano.
Las
calles se encuentran vacías,
las
tiendas han cerrado
y
el ruido de los coches resulta ensordecedor.
Una
mañana oímos la noticia,
la
ciudad se contagiaba,
las
carreteras se llenaban de huidas
y
la vida, tal y como la conocíamos,
cambió.
Como
si fuera un sueño o mala pesadilla,
estábamos
tan asustados
como
animales enjaulados,
con
el corazón encogido
con
la salud debilitada.
Mientras
las patrullas vigilan ciudades fantasmas
nos
consumimos por el trastorno de nuestra generación,
esa
llamada ansiedad,
el
insomnio nos apodera,
el
tiempo se paraliza
y
otros mueren en soledad.
Entonces
nos tocó vivir lo mismo,
la
misma situación,
la
misma pena y miedo,
ese
cansancio mental incesante.
Lo
individual se disuelve
y
los problemas de todos son los problemas de uno,
y
nos preguntamos entre nosotros
si
estamos bien.
En
la radio las noticias y los podcats se intercalan,
la
música intenta evadirnos
y
los libros nos ayudan a viajar.
Nos
unimos a cuerpos ajenos,
cuerpos
a distancia,
cuerpos
que te protegen de este dolor compartido
en
el refugio del hogar.
Y
ahora no nos queda otra que pensar en los reencuentros,
en
los cafés y los amigos,
las
salas de cine, los teatros.
Pienso
en abrazar a mi padre.
Los
héroes y heroínas son quienes están más cerca del dolor,
se
visten de blanco y todos los días
reciben
aplausos por estar en primera línea de batalla,
por
combatir en esta guerra que nos recluta
y
que al resto, sólo nos pide solidaridad.
Cuando
todo esto pase
nos
acordaremos de los detalles,
del
salón convertido en oficina,
las
estaciones vacías y los aviones sin pasajeros,
de
lo inevitable que era pensar que nos faltaba el aire.
Esa
protección de sentirnos acompañados
con
menos frío por dentro.
Recordaremos
salir al balcón a buscar el sol,
cómo
acudíamos a las fotografías para rememorar momentos,
el
miedo a que el alzheimer haga que se olviden de nosotros,
volvernos
mejores personas.
Llegará
el momento en el que una mirada
o
el deseo urgente
de
nunca estar de nuevo a solas
regrese
a nosotros.
Entonces
podremos sentirnos frente a frente,
cálidos,
como antaño,
nunca
más extraños
y
nos volveremos siameses.