A veces quisiera decirte que odio tu manera de pensar, tu forma de ser, tu indiferencia descarada. Quisiera saber por qué la máscara no descansa, por qué no dejas ver el interior, por qué no me dejas. A veces he intentado entrar, y parece que casi he metido medio pie, pero me doy la vuelta y vuelves a camuflarte. A veces quisiera decirte que no te entiendo, que por tu culpa no me entiendo, que desequilibras mis sentidos. Pero caigo en la cuenta de que son más las veces que no estás, que las que has pasado por mí.
El bar donde nos conocimos la semana pasada sigue igual, la barra, las luces, el baño. Aquí se esconde la intensidad de la primera noche, cuando salimos buscando el asiento trasero de tu coche. Como si la noche fuera para eso y los domingos por la tarde se limitaban a recordar lo que pasó sin ganas de madrugar el lunes. Hoy también es sábado por la noche y estoy al final de la barra donde me pusiste la mano en la pierna, pero esta vez tu coche no espera fuera; mañana también será domingo pero yo no tendré resaca ni me dolerán las piernas, y el lunes madrugaré pensando que he desperdiciado este fin de semana por haber vuelto al lugar donde nos conocimos pensando que te iba a ver y que volvería a pasar. Pero ya lo dijo Quique González, la suerte es una ramera de primera calidad.