lunes, 6 de julio de 2015

En los bares

Siempre nos veíamos en el mismo bar,
yo sentada en la barra y él detrás.
Hablábamos, bebíamos,
y cuando nos emborrachábamos,
nos comíamos con la mirada 
hasta que una noche me llevó a su casa y todo comenzó a pasar.
La alegría de ver las sombras de su cuerpo sobre las sábanas de su cama,
y las huellas que dejaba yo en ellas.
El sudor y el vicio,
la emoción al impacto.
Sus manos que ya habían imaginado cómo robarme los suspiros
y crearme una tormenta.
El deseo no prestado que aumentaba por días a medida que subía el alcohol.
Las noches suicidas de dos
que necesitaban arrancarse una pena distinta
cada cual del cuerpo que le correspondía.
Y ya no hay sólo noches de barras de bar y sombras bajo el edredón,
sino días donde él seguía algo más que el vuelo de mi falda
y yo el arrecife de su boca.
Y mientras, la ciudad nos vigilaba de cerca
y veía nacer algo que aún no tenía nombre,
pero predecía que era un viaje muy largo.

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