Siempre miro por la ventana del autobús
intentando perderme por la carretera, acortando el trayecto a mi
manera y trasladándome al punto en el que se funden el cielo y el
mar.
Pero hoy no es martes y tampoco es
abril, hoy es un día cualquiera y yo me pregunto por qué no estás,
o más bien debería preguntarme por qué no has vuelto. Todo el
mundo me pregunta por ti y yo ya no sé qué contestar porque tampoco
sé por qué te fuiste. Y solo recuerdo aquel día como aquel en el
que quería haberme hundido en la arena, lo recuerdo por tu cara que
se parecía a esos cuadros que no entiendo, quizás por el enfado que
me llevé cuando llegué a casa, quizás por el dolor que sentí
luego.
Pero hoy estoy a dos metros del delirio
porque por más que busco no encuentro una razón por la que sacarte
de mi cabeza, por dejar atrás el capricho de recordarte.
Es ese momento de angustia cuando tus
ansias de beberte el mar no te dejan tragar más agua y el huracán
de anoche antes de la hora de dormir consiguió llevarse todos tus
recuerdos,
solo te deja el dolor y el vacío
indagado en el pecho,
y la cruda realidad de que al despertar
de la pesadilla no hay alivio.