jueves, 4 de octubre de 2012

De un momento a otro.

Comienza el tercer otoño, el tercer capítulo de la historia y mi nueva ira. Pongo mis ganas en que llegue el invierno, en reenamorar a quien una vez fue completamente mío, y despertar al dinosaurio a punta de besos y caricias. Quiero que el frío y el amor calen en mis huesos, más que nunca y tan dentro que ya no encuentren la salida, para descifrar los enigmas que esconden las sábanas azules que me envuelven y los secretos que a veces tapo y veo a través de la piel, de la tuya.
Revolcándose con el barro tengo aquellos recuerdos que se envuelven en lágrimas, con miedo a volver a recorrer mi mente refugiado en ese absurdo sentimiento de incertidumbre que no me permite respirar, y sólo quisiera saltarme el camino y simplemente llegar. Ya se acabó la espera. Llegó de madrugada y me abrigué en él, en la frigidez de los latidos que llenan mi vacío, separándome de la distancia y el tiempo tan indiferentes a mí.
La furia de mis letras no se entienden, ni yo misma lo hago y sin esfuerzo logro intentar aclarar mis ideas para  jugar con cada anochecer y saber que lo que necesito se esconde bajo las palabras que una vez nunca dije asustada por el pánico, el sobresalto, el recelo y las alarmas que me despiertan de todos mis sueños, de los cuales nunca veo su solución.
La raíz de todos mis miedos está sembrada en la tierra del olvido, ser cobarde al verme ante el espejo sin reconocer lo que realmente veo, sentir temor a no tener esas manos en mi. Esas manos en mí, me hacen sentir mejor, me refugio, sin creer en nada, creo, y dejo de estar ciega para curar lo malo del pasado y se me olvida que he llorado.
Se me olvida que el otoño deshoja las ramas desnudando el aire y acortando mi aliento.

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