Al caer el otoño me vi renacer
en ese dolor en el que siempre habito,
en la triste melancolía de aquella persona,
escuálida y sin apenas fuerzas,
que lucha consigo misma
para desatarse de los hilos del ayer.
Los árboles dejaban caer sus hojas
como yo intento desprenderme de todo el sobrante
que todavía queda en alguno de mis vértices.
Así como el calendario tira de sus páginas
y los meses se aceleran sin que sepamos
que aquello que nos consume no es otra cosa sino el tiempo.
Y el viento traía el ladrido de los perros que se mueren de hambre,
al igual que yo me muero de pena intentando ordenar palabras
y esconder recuerdos de un pasado
que tal vez se quiso olvidado,
pero siempre acabó colándose con una lágrima dentro del ojo.
Porque nosotras, las personas,
por mucho tiempo que pase y nos consuma,
siempre sabremos más hablar de dolor
que de la comida que se sirve en la cena.