He querido volver donde todo iba a empezar,
al primer día,
a esa noche de un miércoles de febrero
cuando un bar vacío
y mis ganas de conocerte se encontraron.
He venido al punto desde donde se supone que iba a pasar,
del final de la barra,
de tu amigo el camarero,
de las cervezas frías y el calor de tus manos.
A partir de esa noche
muchas veces he creído arrepentirme
y he intentado hacerme creer que no eras de verdad,
que el tiempo tenía la culpa
por no haberse presentado entre nosotros.
Pero sí eras de verdad.
Eras tan real,
que dormimos juntos
a pesar de parecer que lo imaginé,
pero tu brazo era mi almohada y nos cubríamos del mismo edredón.
La culpa la tiene el tiempo
por dejar que los minutos corrieran más lento
cuando pensaba que te echaba de menos,
que en aquellos momentos donde nos faltaba el aire.
Y en este efímero periplo,
que a mí en las ocasiones en las que me abrazabas
me parecía infinito,
he descubierto que en ti hay más demonios
que en todas mis pesadillas juntas;
que entre tanta oscuridad que quieres desprender,
destella una luz;
que todos los principios tienen el final que nosotros le queremos dar;
toda luna tiene su eclipse
y todo orgasmo su explosión.
La culpa la tiene el tiempo
por haberme dejado imaginarte
cuando yo sabía que no siempre ibas a estar,
porque esta flor nunca iba a crecer.
He querido volver donde todo iba a empezar,
a ese miércoles de febrero
donde conocí al hombre
que me robó más de una noche,
menos de tres suspiros
y millones de gritos envasados al aire
entre el sudor, el cariño y un adiós
que se escondía detrás del momento de acabar.
Todo queda tan lejano ahora desde este lado
que sólo puedo darte las gracias por haber sido y ser mi segunda derrota.