¿Sabéis esa sensación de dolor
incómodo?
A veces llega alguien y por algún
motivo tiene que irse. Y cuando se va deja abierta un herida bien
grande.
Y escuece.
Y pasa el tiempo y no dejas de
preguntarte que si sólo es una herida por qué escuece tanto. Hasta
que llega el día en el que la herida ya no es más que una cicatriz.
A veces les coges cariño y las miras y
no te arrepientes.
Porque te has curado tú sola,
o porque no te importó arriesgarte
para hacerte daño.
Tienes que entender que no siempre las
cosas salen bien,
o simplemente no salen.
Que por algún motivo llegará el día
en que uno de los dos se descuelgue y mientras uno sigue caminando,
el otro tiene que saber andar por sí mismo.
Y tu cabeza se empieza a llenar de
preguntas de las que no obtienes una respuesta rápida,
y la mayoría empiezan con ese por qué
que tanto nos cuesta.
Nos cuesta comprender que si todo
estaba bien por qué tiene que acabar,
por qué el cuchillo que antes era de
metal ahora es de plástico.
Entonces piensas que lo mismo debes
volver a tener la ilusión de encontrarte en otros ojos,
de buscar otras manos,
de llenar los vacíos que en ti quedan.
Parece que tus ganas de volar también
se esfumaron,
o se fueron con él y crees que se las
llevó,
y tristemente sientes que alguien tiene
que empujarte para que vuelvas a volar.
Pero la solución no está en sustituir
a nadie,
porque pasan los años y los daños, y
sabes que siempre hay alguien que aunque no esté, siempre va a
quedar macado en tu memoria,
porque el amor se cocina a fuego lento
y el olvido es simplemente una palabra
que se pronuncia siempre con los labios,
y pocas veces con el corazón.
Es esa sensación de echar a alguien de
menos que está de más,
aunque en realidad no puedes odiarle,
y el caso es que no todo se acaba
aunque él acabe.
Pero antes de todo eso tienes que saber
coserte bien la herida,
no siempre resulta fácil pero puedes
salvarte,
sólo tienes que agarrarte fuerte.