Y espero que no llores
cuando se apague el sol,
cuando los días largos de
verano acaben,
cuando a las ocho de la
tarde contemples la luna
y pienses que tienes ganas
de encerrarte en el invierno.
Cuando abras los ojos y te
despiertes al final de septiembre,
con la rutina retomada,
la alarma ajustada
y los zapatos preparados.
Cuando no te olvides de
volver a cerrarlos justo después del
momento en el que el sol
se funde con el mar,
aunque estés lejos del
mar,
aunque el mismo mar te
haya consumido,
burbujeando por la asfixia
de los días paseando
con música de fondo y sin
final.
Ahora sólo piensas en
ponerte las gafas de sol
para esconderte de los
extraños,
para aguardarte de lo
ajeno,
para creerte otra persona
y después,
ser tú.