Hoy he vuelto aquí, al sitio de siempre, al rincón de mis memorias y desvaríos donde en la mayoría de los casos se encuentra.
Aquí, donde le guardo, aquí donde se guardan las cosas puras, las que no se pierden jamás. Yo que suelo mantener su nombre guardado, sin darme la oportunidad de nombrarlo, y es que resulta que la desilusión también sirve de alimento, aunque los vacíos existenciales nunca se llenan, solo se camuflan. Yo siempre me estoy yendo y sin embargo sigo aquí, a veces se muere de amor y vives para contarlo y otras simplemente tiras de la melancolía para alimentarte a ti misma, sin tener que pedir ayuda a nadie. A esa distancia me sentía bien, desde la orilla, sentada, con el viento fuerte en la cara, el pelo despeinado y cerca de mar. No tengo remedio para mí misma, ni para mí ni para esta angustia.
Con el tiempo he aprendido a caer y levantarme. He subido a montañas en un proceso lento, y cuando he estado en la cumbre, he vuelto a caer al vacío tirándome por el precipicio, de tu boca. También aprendí que a veces se rompe algo por dentro sin hacer ningún ruido, y otras, nos ensordece el estruendo, como si anunciara a la tempestad. La tempestad de aquel pobre que habla sin oírse, porque o bien no tiene nada que decir o por otra parte no tiene a la persona adecuada para recibir esas palabras, que cobran sentido al ser escuchadas por alguien. Me reencuentro contigo para darle sentido a mis recuerdos, al saber que cada uno está hecho de esas cosas que ya no son y una vez fueron, fueron uno.
Fueron otoño y mariposas, un viaje a Lisboa pasando por mi habitación, recorriendo tus venas, días en el parque, viviendo incendios de nieve y cruzando el camino de esa "Fabulosa historia de..." para acabar en una pareja tóxica llenos de polvo y flores. Mi piel blanca adornada por un grupo de lunares a cada esquina de mi espalda que a falta de arena, consume lo que queda de mí, al igual que el paso del tiempo. El tiempo en el que se consume una canción, canciones que son verdades. En mi caso la verdad es que olvidarte significa renunciar a mí misma, olvidar que estoy hecha pedazos que ahora están dispersos, pero pedazos hechos según el molde de tus manos.
Llegados a este punto no tengo ni conclusiones, cabe la esperanza de que cuando aprendamos a hacerlo mejor, no necesitaremos de tanta compañía y de malgastar tanto sentimiento para hacer el intento de vernos reflejados en otros ojos. Tristeza es cansarme de borrar lo que escribo sabiendo que, aunque no tiene sentido, por dentro la tinta es indeleble.
Voy a romper tus ventanas y voy a entrar como el aire. Porque eso es lo único que no se ha consumido. La próxima vez que vuelva a escribir prometo no volver a hablar de amor, aunque no prometo que no hablaré de él.
Mantendré los ojos cerrados por si regresas a mis recuerdos, porque lo que no vuelve, a veces mata.