Una historia que entre una y otra cifra suman seis. Me rompe al respirar, me duele al respirar, lo noto al respirar y quema dentro, porque aún no supimos domesticar al domador, que al fin y al cabo y cayendo en la conclusión no existe.
La baraja de cartas sobre la mesa no se mueve porque aquí nadie cree en el destino, sólo en nosotros que somos los que dejamos cada huella en cada parte.
Las casualidades dejaron de tener sentido hace mucho tiempo. Sólo puedo creer en lo que necesito, en los incendios de palabras y recuerdos que no llegan ni a fogata porque ni uno ni otro quiere hacer desaparecer nada de lo que ha ayudado a construir lo que somos a día de hoy. Dos locos atemorizados por los kilómetros y el tiempo, y embullidos por la euforia que supone bajarse en la parada y saludar con un beso.
No puedo perder el sentido ni el rumbo, no puedo abrir los ojos y no estar abrazada por la espalda, no quiero equivocarme.
Ya me he dado cuenta de que hay ascensores prohibidos y pecados compartidos porque siempre supe que estabas cerca, por lo decir al lado. Pero cayendo en cuenta y sin poder saber por qué, no tengo la inspiración ni las ideas para hablar, ni tan siquiera para escribir, y ahora escribo párrafos sueltos a modo de diario a los que intento dar sentido uniéndolos para darme sentido a mí.
Por eso y sin creer en mí, me remito en repetir palabras leídas, no hará muy lejos que se parecen a mis memorias, y es que mañana será un lunes cualquiera, pero yo quiero despertar contigo tumbado al raso.
"Que bajen tus labios y me callen, si no empezaremos a silbar".